La humildad en mi perspectiva es una de las características más inteligentes de los seres humanos. Es fundamental reconocer que hay mucho más en lo que no sabemos que en lo que sabemos. Estrictamente hablando, sabemos muy poco. Lo que no sabemos es abrumadoramente superior a lo poco que creemos saber.

Sin embargo, es importante no confundir la humildad con la autodesprecio.

La humildad es una postura de conciencia, es la capacidad de seguir buscando constantemente lo mejor. Ser humilde no es disminuir nuestras habilidades o no tener confianza en nuestras habilidades o en nuestro trabajo.

Ser humilde es tener la capacidad de decir: no lo sé. Es ser consciente de que, por muy bien que hagamos las cosas, siempre hay margen para hacerlo mejor. Es reconocer que no importa cuán buenas sean nuestras ideas, siempre se pueden mejorar.

Ser humilde es tener la capacidad de escuchar a los demás, más que solo escuchar y reconocer que no lo sabemos todo. La humildad es poderosa (y un fuerte antídoto contra el exceso de ego) porque, una vez que nos damos cuenta de nuestras limitaciones, abrimos todo un campo de influencia a nuestro alrededor (personas, libros, mentores).

La humildad es la mejor medicina

En uno de los grandes clásicos del liderazgo, De bueno a excelente, Jim Collins analiza un conjunto de empresas y desarrolla un modelo de patrones de comportamiento basado en este estudio.

De las empresas estudiadas en la muestra, solo una tercera parte había pasado de “buena a excelente”, el resto no había pasado del nivel de “buena”.

Collins concluyó que esos tercios de las empresas que no lograron dar el salto y se destacaron tenían al menos una cosa en común: estaban dirigidas por ejecutivos con egos colosales. En otras palabras, en lugar de diseñar empresas para la excepcionalidad y la excelencia, los egos terminan socavando su desarrollo.

Los mejores gerentes, según Collins, exhiben dos características: gran intensidad en la búsqueda de resultados y enorme humildad.

Son los líderes los que hacen brillar a su equipo, los que no quieren los laureles para ellos mismos, los que quieren ser olvidados porque eso significa que siempre les seguirá lo mejor, que la empresa no se estanque tras ellos.

Es curioso: una característica común de las personas de alto rendimiento, desde el mundo deportivo hasta el empresarial, es que todos tienen sus mentores, sus ídolos, sus entrenadores.

Si queremos dar lo mejor de nosotros mismos, todos necesitamos esa influencia externa, que nos da lo que no podemos tener por nuestra cuenta: la vista externa, otra perspectiva.

Una de las lecciones más importantes que podemos transmitir a alguien con ambición es que:

Para progresar, para alcanzar un nivel superior, exigente y experimentado, es necesario estar expuesto a influencias externas, y esto solo es posible desde una posición de humildad.

En última instancia, una gran humildad será el signo de una gran confianza en uno mismo. Solo así podremos abrirnos con seguridad a los demás, posibilitar un verdadero diálogo ideológico dentro de las organizaciones en las que nos involucramos y participamos, un debate de ideas donde nadie se sienta amenazado y todos aporten lo mejor de sí mismos.