Las personas son la fuente de creación de todo valor en una empresa, de todo crecimiento empresarial y, por ello, no me canso de recalcar la importancia que tienen dentro de las organizaciones.

Todo lo que funciona en la empresa lo hace el equipo. Todas las relaciones con los proveedores y las interacciones con los clientes son manejadas por el equipo. Por eso, suelo decir que lo más importante en una empresa no son los clientes ni los proveedores. Son las personas, nuestros empleados, porque son ellos quienes cuidan a nuestros clientes y proveedores.

Y esta dinámica solo funciona si el líder, que está en la cúspide de la pirámide, y los mandos intermedios son capaces de cuidar a su equipo.

A pesar de esta evidencia, a pesar de la clara interdependencia entre los líderes y sus equipos, todavía hay muchos ejecutivos que, por diversas razones, insisten en no sacar el máximo provecho de su equipo.

Una actitud controladora por parte de los altos y medios ejecutivos resulta en empleados alienados, que realizan sus funciones sin involucrarse, se enfocan en el proceso, en completar la tarea (siguiendo instrucciones al pie de la letra, aferrándose a la excusa de que están haciendo exactamente lo que deben hacer). se les pregunta, como se les pregunta) en lugar de centrarse en el resultado, cuando el resultado es lo que realmente importa.

Este proceso tiene otro efecto negativo: la enajenación del empleado es también una forma de descargo de responsabilidad. Cuando el empleado sigue al pie de la letra las instrucciones del superior jerárquico, sin ninguna implicación, sin ningún aporte de él, si algo sale mal, ¿de quién es la responsabilidad? Eso sí, nunca pertenecerá al empleado, quien puede decir que se limitaba a cumplir órdenes.

Ejecutivos que no confían en sus equipos y que, con esa actitud, terminan creando precisamente lo que más temen: equipos ineficaces que cometen error tras error y producen malos resultados.

La cuestión de saber delegar o trabajar en equipo es, al fin y al cabo, un tema que atraviesa muchos ámbitos de nuestra vida.

En casa, con nuestros hijos, desde el momento en que podemos empezar a dividir tareas, cosas tan sencillas como poner los platos en el lavavajillas o encargarnos del reciclaje, ¿cómo lo hacemos?

Tenemos dos opciones: o enseñamos, mostramos cómo se hace, insistimos, corregimos, exigimos (y eso lleva trabajo) o lo hacemos nosotros mismos (que es más fácil, más rápido, pero básicamente no hay equipo).

En otras palabras, cuando reemplazamos a nuestro equipo, asumiendo todo el trabajo, por conveniente que sea a corto plazo, estamos fomentando una cultura de dependencia en nuestros empleados.

Si el líder no aprovecha las dinámicas colectivas, si no es receptivo a comprender las diferentes perspectivas para mirar y resolver un tema, estará desperdiciando el capital más importante de una organización: El Equipo.